José
Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998
Manifiesto
contra la guerra
Nosotros, los que hoy nos estamos manifestando, aquí y en todo el mundo, somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una y otra vez a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia.
Ellos
creían que nos habíamos cansado de protestas y que les habíamos
dejado libres para seguir en su alucinada carrera hacia la guerra. Se equivocaron.
Nosotros, los que hoy nos estamos manifestando, aquí y en todo el mundo,
somos como aquella pequeña mosca que obstinadamente vuelve una y otra
vez a clavar su aguijón en las partes sensibles de la bestia. Somos,
en palabras populares, claras y rotundas para que mejor se entiendan, la mosca
cojonera del poder.
Ellos quieren la guerra, pero nosotros no les vamos a dejar en paz. A nuestro
compromiso, ponderado en las conciencias y proclamado en las calles, no le
harán perder vigencia y autoridad (también nosotros tenemos
autoridad) ni la primera bomba ni la última que vengan a caer sobre
Irak.
No digan los señores y las señoras del poder que nos manifestamos
para salvar la vida y el régimen de Saddam Hussein. Mienten con todos
los dientes que tienen en la boca. Nos manifestamos, eso sí, por el
derecho y por la justicia. Nos manifestamos contra la ley de la selva que
Estados Unidos y sus acólitos antiguos y modernos quieren imponer al
mundo. Nos manifestamos por la voluntad de paz de la gente honesta y contra
los caprichos belicistas de políticos a quienes les sobra en ambición
lo que les va faltando en inteligencia y sensibilidad. Nos manifestamos en
contra del concubinato de los Estados con los súper-poderes económicos
de todo tipo que gobiernan el mundo. La tierra pertenece a los pueblos que
la habitan, no a aquellos que, con el pretexto de una representación
democrática descaradamente pervertida, al final les explotan, manipulan
y engañan. Nos manifestamos para salvar la democracia en peligro.
Hasta ahora la humanidad ha sido siempre educada para la guerra, nunca para
la paz. Constantemente nos aturden las orejas con la afirmación de
que si queremos la paz mañana no tendremos más remedio que hacer
la guerra hoy. No somos tan ingenuos para creer en una paz eterna y universal,
pero si los seres humanos hemos sido capaces de crear, a lo largo de la historia,
bellezas y maravillas que a todos nos dignifican y engrandecen, entonces es
tiempo de meter mano a la más maravillosa y hermosa de todas las tareas:
la incesante construcción de la paz. Pero que esa paz sea la paz de
la dignidad y del respeto humano, no la paz de una sumisión y de una
humillación que demasiadas veces vienen disfrazadas bajo la mascarilla
de una falsa amistad protectora.
Ya es hora de que las razones de la fuerza dejen de prevalecer sobre la fuerza
de la razón. Ya es hora de que el espíritu positivo de la humanidad
que somos se dedique, de una vez, a sanar las innúmeras miserias del
mundo. Esa es su vocación y su promesa, no la de pactar con supuestos
o auténticos “ejes del mal”.
Amenamente estaban Bush, Blair y Aznar charlando sobre lo divino y sobre lo
deshumano, seguros y tranquilos en su papel de poderosos hechiceros, expertos
en trucos de trilero y conocedores de eméritos de todas las trampas
de la propaganda engañosa y de la falsedad sistemática, cuando
en el despacho oval donde se encontraban reunidos irrumpió la terrible
noticia de que los Estados Unidos de América del Norte habían
dejado de ser la única gran potencia mundial. Antes de que Bush pudiera
asestar el primer puñetazo en la mesa, vuestro presidente José
María Aznar se dio prisa en declarar que esa nueva gran potencia no
era España. “Te lo juro, George”, dijo. “Mi Reino
Unido tampoco”, añadió rápidamente Blair para cortar
la naciente suspicacia de Bush. “Si no eres tú y tú no
eres, ¿quién es entonces?”, preguntó Bush. Fue
Colin Powell, mal creyendo él mismo en lo que estaba pronunciando su
propia boca, quien dijo “La opinión pública, señor
presidente”.
Ya habéis comprendido que esta historieta es un simple invento mío.
Os pido por tanto que no le deis importancia. Pero sí la tiene que
lo que ya es una evidencia para todos, la más exaltadora y feliz evidencia
de estosconturbados tiempos: los hechiceros de Bush, Blair y Aznar, sin quererlo,
sin proponérselo, nada más que por sus malas artes y peores
intenciones, han hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco,
un inmenso movimiento de opinión pública. Un nuevo grito de
“No pasarán”, con las palabras “No a la guerra”,
recorre el mundo.
No hay ninguna exageración en decir que la opinión pública
mundial contra la guerra se ha convertido en una potencia con la cual el poder
tiene que contar. Nos enfrentamos deliberadamente a los que quieren la guerra,
les decimos “NO”, y si aun así siguen empecinados en su
demencial afán y desencadenan una vez más los caballos del apocalipsis,
entonces les avisamos desde aquí que esta manifestación no es
la última, que continuaremos las protestas durante todo el tiempo que
dure la guerra, e incluso más allá, porque a partir de hoy ya
no se tratará simplemente de decir “No a la guerra”, se
tratará de luchar todos los días y en todas las instancias para
que la paz sea una realidad, para que la paz deje de ser manipulada como un
elemento de chantaje emocional y sentimental con que se pretende justificar
guerras.
Sin paz, sin una paz auténtica, justa y respetuosa, no habrá
derechos humanos. Y sin derechos humanos –todos ellos, uno por uno–
la democracia nunca será más que un sarcasmo, una ofensa a la
razón, una tomadura de pelo. Los que estamos aquí somos una
parte de la nueva potencia mundial. Asumimos nuestras responsabilidades. Vamos
a luchar con el corazón y el cerebro, con la voluntad y la ilusión.
Sabemos que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor. Ellos
(no necesito ahora decir sus nombres) han elegido lo peor. Nosotros hemos
elegido lo mejor.
*Texto íntegro del manifiesto contra la guerra
leído por el Premio Nobel en Madrid
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