DIOS ES PILOTO DE LA OTAN
Para que se despabile el ángel demorado que persiste, tal vez, por puro desconcierto, junto a nosotros, es que
a veces suena rabiosamente el teclado y vomita sus furias. ¿Por qué, entre tanto dolor de prójimo
al mero alcance de la vista, se me ocurre alzar la indignación tan lejos? Es que la guerra. . .
¡Tan fácil iniciarla! En nombre de tales dioses o cuáles religiones, en nombre de la libertad y
hasta por "razones humanitarias", y siempre con el mismo resultado: muerte, destrucción, objetivos incumplidos y
dolorosas secuelas para los pueblos involucrados. En medio de la barbarie termina por no saberse cuáles eran las
verdades que se estaban defendiendo y se confunde el agresor con el agredido y el soldado con el homicida. Tal como
alguna vez dijo Víctor Hugo, la guerra no es más que una púrpura detrás de la cual se
oculta el homicidio.
¿Qué otra cosa, si no, es lo que ocurre en Yugoeslavia? Un grupo de naciones, asociadas en un acuerdo
militar autodenominado "Organización del Tratado del Atlántico Norte", conocido como OTAN, resolvieron
"per se", al margen de la Carta de las Naciones Unidas (ONU) y los acuerdos del Consejo de Seguridad, castigar
militarmente al presidente de la Federación Yugoeslava, Slobodan Milosevic, acusado de perpetrar matanzas
étnicas contra ciudadanos albano-kosovares. Para ello lanzaron criminales bombardeos que, como siempre ocurre,
terminan masacrando a la población civil al comprobar que los objetivos políticos y militares no se
pueden alcanzar satisfactoriamente.
¿Quiénes han sido hasta ahora las víctimas principales de tanta crueldad? Precisamente las
personas que, supuestamente, iban a ser protegidas a base de toneladas y toneladas de bombas y misiles: los habitantes
de Kosovo de origen albanés, agredidos por el gobierno de Milosevic según se denunciaba. Esta desgraciada
gente huye ahora rumbo a las montañas, rumbo a países que no quieren recibirlos, rumbo a la nada, rumbo a
la muerte que les espera en el camino. Mueren de hambre y de enfermedades y quedan tirados a orillas de las rutas y
caen bajo las bombas de sus "protectores, los países de la OTAN.
Como bárbara postal de la guerra, quedan las conferencias de prensa que brindan los mismos que alguna vez
explicaron su intervención en Irán –contra Khomeini–, o en Libia –contra Khadaffi– o en Irak –contra
Husseim–, con una incalculable millonada de dólares gastadas nada más que para la destrucción y la
muerte, porque excepto el líder iraní fallecido, todo siguió como antes. Tal como ocurrió
en Corea, 1950, o en Viet-Nam, 1971. Un fracaso detrás de otro.
Ahora, es el turno del pequeño país que preside Milosevic, sobre quien recaen acusaciones
gravísimas por genocidio. Y como contribución al genocidio denunciado, la OTAN bombardea también a
quienes supuestamente fue a proteger. Una columna de desesperados kosovares que huían de los bombardeos y de los
posibles ataques de las tropas serbias, fue masacrada por un piloto norteamericano (My Lai otra vez).
En una de esas tenebrosas conferencias de prensa que brindan los jerarcas del terror, escuché una voz que
explicaba cómo sobrevoló la columna durante veinticinco minutos y que finalmente tomó la
decisión de dejar caer sus bombas sobre la cabeza de dicha columna. Me conmoví. No sabía
quién era el que hablaba pero me di cuenta que era Dios. Este piloto decidió, en ese momento, que la
gente que marchaba allí debajo de su avión, debía morir. Poco importa si eran serbios, kosovares,
albaneses. Iban a morir por decisión suya. Evidentemente, a quien yo escuchaba era Dios. La OTAN es Dios, hoy,
en este mundo unipolar donde ni siquiera las Naciones Unidas pueden oponerse a la voluntad de Estados Unidos expresada
en este organismo militar.
Después, cuando todo pase –es un modo de decir, pues serbios y kosovares no olvidarán– se hablará
de los "crímenes de guerra" y esto es una falacia, pues el crimen es la guerra y eso es lo que hay que juzgar en
primer término. La postal de un avión norteamericano masacrando a gente que supuestamente
concurrió a proteger es una foto trágica detrás de la cual se halla una sociedad humana
indiferente, quebrada, que ha perdido enormes cuotas de su dignidad.
DANIEL C. BILBAO