Posted by Arcadio Ventura on May 11, 19102 at 09:40:01:
Año 2001/ 2002
Bojayá, sepultada en una fosa común
La pipeta mató a casi un cuarto de su población, la mayoría niños.
Los testigos del hecho reconstruyeron los días de terror.
El ataque ocurrió en una zona olvidada siglos por el Estado.
Por Javier Arboleda García
Bojayá y Vigía del Fuerte, Atrato Medio
El pasado martes, siete días después de ocurrida la peor matanza de la historia violenta del país, el padre Antún Ramos Cuesta regresó a la iglesia San Pablo Apóstol, de Bellavista (cabecera de Bojayá), a recoger la última víctima de esa tragedia: entre pequeños restos humanos, infestados de diminutos gusanos, el sacerdote limpió una mutilada imagen de un recuscito (Jesucristo). Debajo observó dos copones y un cáliz retorcidos. Cuando entró, el único que se alegró fue un perro negro y grande que, entre los escombros, buscaba a sus amos.
También siete días después, el centro de salud seguía oliendo a podredumbre y siete días después el agua continuaba tapizando las calles de un pueblo fantasma, desolado y supremamente silencioso... Pruebas eran los destrozos y los hierros retorcidos por la explosión de una pipeta de gas arrojada al templo por un flojo cálculo de los guerrilleros.
El padre regresó al sitio donde 360 personas se acomodaron para protegerse de los enfrentamientos entre subversivos del Bloque Noroccidental, José María Córdova, de las Farc, y miembros del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas de Córdoba y Urabá (Acu), cuya guerra cobró allí, en las selvas del Atrato Medio, la vida de 117 pobladores de Bellavista, de ellos 44 menores.
La destrucción comenzó la mañana del miércoles primero de mayo, cuando los combatientes tomaron posición. Las Farc estaban en Vigía del Fuerte y las autodefensas en Bellavista.
Hora cero
A las 6:45, 20 autodefensas intentaron pasar a bordo en dos pangas (embarcaciones de fibra con dos motores de 200 caballos de fuerza cada una), pero la guerrilla los repelió a su llegada al muelle. Dos personas murieron y dos quedaron heridas. Fue una escaramuza que duró pocos minutos.
Los guerrilleros empezaron a moverse por el río para rodear a Bellavista por todos los flancos, mientras del otro lado respondieron con ráfagas de fusil y M-60.
Para ese momento, los habitantes sabían qué hacer. Estaban adiestrados para buscar refugio en caso de un ataque o entrenamiento armado y la iglesia, la casa cural o el centro de salud (todos hechos en ladrillo), eran los sitios definidos en Bellavista, porque brindaban más protección.
"Estuvimos todo ese día en la parroquia. La plomacera era constante. Curiosamente, durante la noche, hubo tranquilidad", decía Miguel Ángel, un joven negro, de 18 años, de dentadura blanca, a quien le pareció extraña la calma nocturna, "aunque, igual, estábamos aterrados, arrumados unos encima de los otros en una estrechez que asfixiaba".
El templo es una edificación que desentona en un pueblo lleno de rústicas casas de madera y latas de zinc, algunas de ellas pintadas de colores encendidos. Aunque ahora está destruido, se nota que era pequeño, de apenas 20 metros de largo por 10 de ancho, con una sola puerta de metal y cuatro ventanas de hierro grueso moldeado. El altar, que se hundió con la explosión, estaba sobre una base de mármol gris, que soportaba también el paral del pequeño crucifijo. Arriba, se erige una gran campana de cobre que, solitaria, se asoma al río.
La ronda
En la mañana, miembros de las autodefensas tocaron la puerta de la iglesia y le pidieron a Luz Nelly, de 19 años, que les dejara entrar unos heridos para que se quedaran con ellos. La joven, también negra, de nalgas paradas y piernas gruesas, se negó porque tenía la orden expresa de impedirle el ingreso de todo aquel que portara un arma. "Sabíamos que eran de las autodefensas porque tenían un brazalete con las letras AUC...", y porque los vieron rodear el lugar durante la mañana.
Estaba agachada en la puerta, mirando a través de la rendija, para intentar distinguir a su novio entre la muchedumbre que se concentró en la casa cural. "Me sentí sola, quise que estuviera a mi lado, aunque fue imposible", pese a que los separaban unos metros.
A las 11.00, era nutrido el cruce de disparos y la línea de fuego se cerraba cada vez más. "Por todos lados había hombres armados. Los veíamos correr de un sitio a otro", recordaba Miguel Ángel.
El padre Antún y los demás sacerdotes animaban a sus feligreses con el canto y la oración, en una situación incómoda, porque estaban sentados o acostados, por el peligro que representaban las ventanas, ubicadas a poco más de un metro de altura. En un extremo, varios pequeños dormían protegidos por una barrera humana.
"A esa hora estalló la pipeta (ya había estallado otra en una casa, a 20 metros del lugar), que entró por el techo y cayó al altar". De inmediato, la estructura se vino abajo y una nube de polvo blanco inundó la iglesia, mientras miles de esquirlas salieron como lanzas. "Los gritos fueron ensordecedores". Entonces, como pudo, Luz Nelly bajó la tranca y abrió la puerta. "Eso, salvó a mucha gente".
La vista atrás
Creyó tener los oídos reventados. Salió corriendo, en medio de la multitud, pero luego se dio cuenta de que algo le faltaba. "De pronto, vi gente correr sin un pie o sin una mano; mutilada, ensangrentada... los vi caer a mi lado". Por un momento, pensó que así estaría su madre: "gracias a Dios, estaba bien, no le pasó nada".
Luz Nelly se olvidó entonces de ella y contra la romería se metió a la iglesia. Quería sacar a los niños, muchas madres gritaban desesperadas por ellos. "No sé cómo hice pero los cogí como racimos de plátano, unos encima de los otros", aunque sintió que las piernas le temblaron, no por el peso de los pequeños "sino por la carnicería que estaba presenciando: debajo de los escombros hubo muchos a quienes no pude ayudar". Narraba con la cabeza gacha, mientras limpia las lágrimas de sus ojos con dos dedos gruesos, en los que las uñas apenas aparecían.
En medio de fuego cruzado, la gente se abrió paso, aun entre los combatientes. Como pudieron sacaron trapos blancos para ondearlos, en una plegaria para un cese temporal, señal que, sin embargo, siempre fue ignorada. Sólo quienes llegaron a la orilla del río se ganaron la "indulgencia" de algunos guerrilleros rasos que, avergonzados, facilitaron el traslado en bote de los heridos a Vigía del Fuerte.
"Una guerrillera lloró al verme desnudo, bañado en sangre, sólo con una sudadera, cargando un niño pequeño con una esquirla incrustada en su estómago", describía Julio César, de 25 años, de manos gruesas y largas que parecían colgarle.
"Los niños llevaron la peor parte", no sólo porque murieron 44 "sino porque había que verlos correr, gritar, incluso llorar encima de los cadáveres de sus padres". Muchos de sus cuerpos sólo podrán reconocerse con pruebas de ADN. Por pequeños y frágiles, quedaron diseminados por los cuatro rincones de la iglesia.
El boomerang
Julio Cesar decía que, en esa orilla, de manera paradójica, las Farc que se proclaman ejército del Pueblo vieron que su mismo pueblo se les vino encima aterrado, herido y mutilado... "Les vi gestos de dolor (a los guerrilleros). También les vi lágrimas pero el daño ya estaba hecho". Luego, empezó otro drama, el de los heridos, que en un número mayor que cien buscaron acomodo en el Hospital Atrato Medio, que sólo tiene capacidad para siete camas.
El viernes (3 de mayo), las autodefensas se replegaron a la selva y las Farc permanecieron en el sitio. Los combates continuaron en los alrededores y las dos cabeceras quedaron solas: la de Bellavista, porque todos salieron, y la de Vigía, por físico miedo de sus habitantes. "Durante dos días mirábamos a través de las ventanas". Vieron pasar a unos pocos guerrilleros que vigilaban toda actividad en el pueblo y a los médicos, enfermeros y religiosos que trataban a los heridos.
"Las noches fueron largas". El piso no dejó de temblar y los niños de llorar por los continuos bombardeos. "Era, de verdad, una situación de guerra: estábamos encerrados en trincheras, sin nada qué comer y a merced de los grupos armados".
El sábado (4 de mayo), con la "tregua" permitida para el ingreso de dos helicópteros del Programa Aéreo de Salud (PAS), de Antioquia, que trasladó a Medellín 18 de las personas más graves, los sacerdotes regresaron para recoger más cadáveres, pero un nuevo enfentamiento los obligó a regresar.
El domingo (5 de mayo) entró la primera comisión humanitaria de la Diócesis de Quibdó, con sólo 500 mercados, en momentos en que arreciaban los combates por fuera de las poblaciones. Al retar el miedo, ese día, varios sacerdotes y habitantes de Bellavista iniciaron la recolección de los cadáveres.
Difícil labor
Como se pudo, apilaron 62 restos humanos en una embarcación a la orilla del río y en un registro improvisado empezó la identificación. "Muchos quedaron irreconocibles", decía el inspector de Bellavista; por eso, "trajimos a varias personas de la comunidad para que los reconocieran por la ropa que llevaban puesta o por alguna señal en particular".
El lunes (6 de mayo), con la situación más calmada, esa labor, por fin, terminó. De inmediato, varios habitantes abrieron una fosa común y los enterraron en la parte sur de Bojayá, en el único lugar seco. Una cruz grande se clavó en el sitio. Ese día, con la "venia" de las Farc, otros trece heridos zarparon en un bote rumbo a Quibdó.
Esa tarea de reconocimiento e inhumación fue dispendiosa y difícil, tanto que muchos restos humanos que quedaron esparcidos en la iglesia fueron reunidos en dos bolsas de polietileno y enterrados con los demás cadáveres. "No sabíamos de quiénes eran, así que no había otra alternativa".
"Me pregunta cuántos familiares perdimos -decía Luz Nelly-, pues qué le puedo decir, la palabra es muchos: cuatro tíos y cuatro primos", sin contar los amigos, los compañeros "y a casi todos los vecinos", a varios de los cuales reconoció.
Su caso es apenas una muestra de la tragedia, "porque los Palacio Chaverra, por ejemplo, que eran 25, perdieron a 22 de sus miembros. "Sólo quedaron Benjamín, Jurney y un sobrino".
Un metido a tiempo
Pese a que varios heridos fueron trasladados a Medellín, el hospital de Vigía siguió en alerta máxima. "Vine a cobrar tres meses de sueldo y, ante la emergencia, tuve que quedarme. Durante tres días no hice sino coser y coser heridas abiertas...", agregaba uno de los médicos. "Un hospital de guerra no tiene tantos heridos ni tantas dificultades... fue una labor titánica", a veces mitigada, "con un poco de ron; eso sí, en horas libres".
El martes, la tranquilidad pareció regresar con la llegada del Ejército y una comisión del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI), de la Fiscalía, aunque la principal tarea, la de expulsar a las Farc, ya la habían hecho los habitantes de estos abandonados pueblos.
Los líderes sacaron coraje. El domingo, salieron a reunirse con esa guerrilla, a pedirle una explicación por los muertos. "Dijeron que se trató de un lamentable error, que ellos verían la forma de resarcirlo", pero resarcir qué "si no quedará un rincón en esta selva donde no llorar por la pérdida de un ser querido".
Con temor, pero con mucha valentía, el pueblo le leyó al que se proclama su ejército la peor sentencia que pueda recibir un grupo revolucionario: "de la manera más comedida, pero enérgica, les pedimos (a las Farc), se retiren de los cascos urbanos de nuestros municipios", aunque también era un mensaje explícito para las autodefensas.
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