Posted by Arcadio Ventura on April 20, 19102 at 06:37:24:
Abril 20 de 2002
El silencio de los inocentes
Detrás de los atentados en Villavicencio, Bogotá y Sibaté sólo quedó destrucción y muerte. Conmovedoras historias de un puñado de personas inocentes.
Laidi Jazmín Vargas sólo tenía 17 años pero ya pensaba en matrimonio. Tenía planes para casarse con Jersoon Yamit Meléndez, su novio de 21 años. Estaban muy enamorados, dicen algunos de quienes los vieron por última vez aquella madrugada del domingo 7 de abril en la zona rosa de La Grama en Villavicencio, minutos antes de que la explosión de un carro bomba hiciera sus sueños añicos.
Su romance se vio interrumpido cuando Jersoon viajó a San José del Guaviare a prestar servicio militar. Durante año y medio Laidi y Jersoon alimentaron su amor con llamadas, fotos y cartas en las que se prometían amor eterno. Laidi mientras tanto terminaba bachillerato en el Liceo Bolívar junto a su mejor amiga, Carol Tatiana Martínez, otra víctima del atentado terrorista.
Ya de regreso, Jersoon encontró a su novia feliz, convertida en estudiante de sistemas y vendedora de ropa en un almacén. Él empezó a trabajar de noche en una taberna donde ganaba $13.000 por turno. Entonces empezaron a hablar de matrimonio.
El sábado 6 en la tarde, fecha del aniversario 162 de Villavicencio, Jersoon le comentó a su madre, Clara Novoa, que si las cosas seguían tan difíciles se vincularía al Ejército. “Sufrí mucho de saberlo con fusil en el Guaviare, si intenta irse de nuevo lo amarro a la cama”, cuenta doña Clara que le dijo a su hijo, quien salió de la casa para volver a los pocos minutos con unas empanadas en la mano: “No me necesita amarrar, mamá, aquí me quedo”.
Días atrás, las Farc habían ordenado cerrar las válvulas que bombean el agua de Villavo y habían volado dos torres de energía.
Una hora después, el joven fue al billar del barrio, jugó un par de chicos con amigos y de paso arregló la salida con su novia. Treinta minutos después, Laidi y Carol Tatiana llegaron al lugar y luego los tres fueron hacia la casa de Carol donde advirtieron: "Vamos a celebrar el cumpleaños de Villavo". Comenzaron la celebración pasadas las 9:00 p. m. en el parque central donde había un concierto vallenato, luego en la zona donde Jersoon trabajaba y a la medianoche decidieron ir a la rumba de La Grama. Allí, minutos después de la 1:00 a. m., la fiesta se transformó en terror, muerte y llanto.
Wilson Javier, El pecas
Wilson Javier Cruzado era conocido como el Pecas. Sólo tenía 12 años pero ya se rebuscaba la vida: de día repartía tarjetas con mensajes de amor en bares y restaurantes, y de noche, como esa en que murió destrozado, vendía dulces con sus hermanos en La Grama.
Era un niño desplazado del campo, no de la ciudad. Cansada de la situación de miseria en que vivían el barrio Simón Bolívar de Bogotá, la familia Cruzado se trasladó a Villavo con la esperanza de una vida mejor. Muy pronto se dieron cuenta, padre madre y ocho hijos, que nada cambiaba, que era siempre la misma y terca adversidad.
El Pecas, entró a estudiar segundo de primaria en el colegio Los Triunfadores, pero pronto la falta de recursos lo forzó al rebusque en las calles. Así vivía su familia y así siguió los pasos de su hermano mayor, Miguel Ángel, que se defendía como vendedor ambulante de dulces, cigarrillos y chucherías. Wilson pronto comenzó a moverse con desenvoltura con una gallada de amigos -el Calmante, el Mono, Car’e tabla y Diente picho- que vendían credenciales, tarjetas o que compraban a $3.000 el paquete de 100 y que luego vendían “por lo que quiera dar, patrón”.
El Pecas quería recorrer el mundo y varias veces les había propuesto a sus amigos que se fueran caminando a Cartagena. Varias veces también dijo que quería ser pescador. Tal vez por eso disfrutaba tanto las horas que pasaba pescando en un caño en las afueras de Villavo.
Como todos los días, el Pecas se encontró el sábado en la noche con su hermano Miguel Ángel en la zona rosa de La Grama. Hablaron de los pesitos que habían ganado, de lo que iban a comer, de la hora de regresar a la casa. “Vamos a salir tarde porque la calle está llena de clientes”, le dijo Wilson a Miguel Ángel, que a los pocos minutos lo perdió de vista. Poco antes de la 1:00 a. m. lo encontró, como siempre, jugando con sus amigos mientras vendía credenciales de bar en bar. Entonces sonó el primer petardo, el petardo caza-bobos. Miguel Ángel corrió en busca de Wilson pero una segunda explosión lo tiró al suelo. Aturdido pero ileso se levantó y empezó su correría tras las huellas del Pecas. Nunca apareció, sus ilusiones de 12 años habían volado con él hechas pedazos.
Diana y Néstor
Diana Cristina Beltrán trabajaba en lo que ofreciera el disminuido mercado de la ciudad, pero su oficio era el de ornamentadora de muebles. Había hecho, además, cursos de panadería y tomaba clases de guitarra. A sus 21 años quería ser cantante profesional. Era madre soltera y vivía con sus dos hijos, Ángel Jerovi de dos años y Andrés Felipe de tres, meses, su mamá y un hermano, Óscar, con quien compartía sueños, fiestas y oficio. Los dos trabajaban la madera en una fábrica de muebles y con lo que ganaban mantenían a la familia.
El sábado 6, Diana llegó a las 4:00 p. m. para cumplir una cita en el supermercado El Optimo, donde buscaba un trabajo como promotora. Le fue bien y por eso quiso celebrar el aniversario de su ciudad. Organizó que su mamá le cuidara los niños para que ella pudiera salir de fiesta con Néstor Alejandro Calderón, un joven ebanista de 21 años que acababa de prestar el servicio militar.
Esa noche Néstor estaba contento, había recibido el pago de la semana y su jefe le había adelantado $65.000. “Se salvó el aniversario de Villavo”, dijo al recibir el dinero. Néstor y Diana asistieron al concierto vallenato y siguieron la fiesta en La Grama donde se encontraron con Óscar, cuya vieja amistad con Néstor se había enfriado. Fue una oportunidad para la reconciliación. Después de unas cervezas, Óscar le propuso a Diana que regresaran en su moto. “Hay mucha gente en la calle y es difícil encontrar transporte”, le dijo, pero Diana no le hizo caso y caminó hacia la sede de la emisora Súper donde había gente “gotereando” música. Muy cerca explotó el primer petardo.
En medio de la confusión y de la estampida de la gente, Óscar se abrió paso entre la multitud para buscarlos. Entonces sintió la segunda explosión la del carro bomba cargado con 100 kilos de cloruro de potasio. Diana y Néstor no pudieron escapar a la muerte. Como ellos, como el Pecas, como Laidi y Jersoon, cinco personas encontraron la muerte en esa noche de fiesta.
Días atrás, la emisora Súper de la capital de Meta había recibido amenazas por difundir información política de la campaña de Álvaro Uribe. Días atrás, las Farc habían ordenado cerrar las válvulas que bombean el agua de Villavicencio. Días atrás, las Farc habían volado las torres de energía de Guayabetal y Restrepo, que dejaron al 90 % del departamento a media luz. Para las autoridades no había duda que esa organización estaba detrás de los atentados terroristas.
En el corazón de Bogotá
El país no se recuperaba aún de los atentados de Villavo, cuando dos días después, el martes 9, Bogotá sintió que la guerrilla se le entraba a la cocina. Cuatro petardos que detonaron en un radio de 40 cuadras en el centro, dejaron cuatro heridos, entre ellos una niña de seis años, Carolina Hagg, que caminaba de la mano de su padre por la carrera 7° a la altura de la calle 19. Cuatro petardos que hicieron de la mañana del martes una pesadilla para los bogotanos.
El país no se recuperaba aún de los atentados de Villavo, cuando el martes 9, Bogotá sintió que la guerrilla se le entraba a la cocina.
El pánico se apoderó de la ciudad. Se cerraron los almacenes del centro, se interrumpió el tráfico en algunos sectores, se militarizó la ciudad. Hacia el medio día, las autoridades, alertadas por la llamada de una mujer, encontraron en la carrera 5° con calle 5° un jeep con dos detonadores de piso y tres cilindros de gas con 40 libras de Ánfora, que al parecer iban a ser lanzados contra el Batallón Guardia Presidencial, el Ministerio de Defensa o la Casa de Nariño, todos a pocas cuadras del lugar. Para las autoridades, eran las milicias de las Farc las responsables.
Pedro Nel, el cadáver bomba
Pero lo más espeluznante de la semana de atentados terroristas se conoció más temprano. A las 5:00 a. m., técnicos de la policía de Cundinamarca acudieron a un llamado que alertaba sobre la presencia de un camión en la vía Soacha-Sibaté en cuyo interior había un cadáver. El capitán Germán Arturo Ruiz y el subteniente Juan Carlos Díaz, dos expertos antiexplosivos de la Dijín, descubrieron lo que minutos después llenó de horror a los colombianos: que el cadáver, que llevaba atada una bomba, había sido usado como señuelo. En el intento de desactivarla, los expertos murieron en la explosión.
Los expertos antiexplosivos descubrieron que el cadáver, que llevaba atada una bomba, había sido usado como señuelo.
El cuerpo sin vida era el de Pedro Nel Camacho, un agricultor de 34 años de la zona. Fue secuestrado el lunes a las 5:00 p. m. por tres hombres vestidos de camuflado, cuando viajaba con Marco Eliécer Párraga hacia la vereda Bradamonte para asistir a una reunión del acueducto de la localidad del cual era presidente. “Vi cuando unos uniformados se montaron a un camión Ford y arrancaron”, dijo un campesino testigo de los hechos.
Camacho, padre de tres pequeños y miembro de una familia de seis hermanos que se dedican a sembrar papa, se convirtió en una nueva víctima de las más atrabiliarias formas de violencia que hayan utilizado las Farc.
Ruiz y Días, los expertos
El capitán Germán Ruiz, jefe de antiexplosivos de la Dijín, era uno de los técnicos más experimentados. Ingresó a la policía en 1988 y tras graduarse en Operaciones Especiales, se dedicó a los explosivos hasta convertirse en uno de los más calificados. “Era un hombre afable y dedicado –cuenta uno de sus compañeros-. Se metía personalmente a desarmar los artefactos, decía que era su obligación”.
Con sólo 34 años, su hoja de vida era un verdadero ejemplo de valentía y eficiencia. Un récord de 350 bombas desactivadas le merecieron la Cruz al mérito y la Medalla al valor por actos heroicos, y en su currículo, aparte del título de administrador de empresas y estudios de derecho, figuraban 60 felicitaciones. Hoy su mujer y sus tres pequeños hijos lloran su muerte, esa que encontró en un corajudo acto de servicio.
La historia del subteniente Juan Carlos Díaz es similar. Hombre de confianza de Ruiz, con frecuencia era asignado a las operaciones más difíciles. Sus amigos recuerdan, por ejemplo, aquella en que neutralizó una granada de fragmentación incrustada en el pómulo de un soldado. “Le seguía los pasos al capitán Ruiz”, dice uno de ellos. En su hoja de vida hay 25 felicitaciones y una condecoración de la gobernación de Arauca, además de una mención honorífica de la institución. Era casado y tenía 30 años.
“Los actos terroristas constituyen una forma particularmente cobarde y criminal de privar de la vida a civiles” Oficina del Comisionado de la ONU
Unas pocas historias que se suman a miles más y que dejan en claro que las Farc, enajenadas y ajenas al mundo que las rodea, han recurrido al terrorismo como método de lucha en un claro desafío al Derecho Internacional Humanitario.
La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos resumió el sentimiento general en un comunicado: “Incluso en caso de conflicto armado, los actos terroristas constituyen una forma particularmente cobarde y criminal de perturbar la seguridad y la tranquilidad publicas, de privar de la vida a civiles y dañar bienes cuya destrucción resulta injustificable”.
© 2000-2001 Revista Cambio. Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Todas las marcas registradas son propiedad de la compañía respectiva o de REVISTA CAMBIO.
All trademarks are owned by the respective company or by REVISTA CAMBIO.
COMENTARIO: Ahora el ateo que se inventó una fórmula en la que el cristianismo es uno de los ingredientes del comunismo, pero que después reculó y renegó de EL(de Cristo)(?), va a salir conque es narcopublicidad de la narcooligarquía colombiana el presente escrito. Allá él(el ateo)y que siga resumiendo su veneno.