"Guerreros sin sombra"


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Posted by Los niños en las farc on April 07, 19102 at 07:44:35:

Abril 6-2002

EL TIEMPO
'Guerreros sin sombra', testimonios de niños que participan en el
conflicto armado colombiano
JUAN ROBTERO VARGAS Editor de Justicia

'Guerreros sin sombra', así llama el Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar (ICBF) a los niños que participan en el conflicto
armado, en un libro que publicará con sus vivencias. EL TIEMPO
dialogó con varios de ellos.

La mayoría no llega a los 15 años. "Son adultos atrapados en
cuerpos de niños", dice uno de los profesionales que los atienden.
Muchos sufren de esquizofrenia, anorexia, paranoia o simple
tristeza.

Luz Dary* tiene 17 años. Los últimos 7 los pasó en la guerrilla.
¿Cómo una niñita así, tan pequeña, tan frágil, puede llegar a ser
todo lo que dice que fue en la guerrilla?

Hace tres meses se fugó del frente en el que llegó a ser jefe de
guardia, guardaespaldas de comandantes, encargada de hacer
explosivos, ejecutora de desertores y entrenadora de sus
compañeros.

"Muy fácil, y a la vez muy trágico, joven -dice-. Por un tío que era
soldado. Íbamos de paseo un día por un río cuando se nos
apareció la guerrilla. A él lo mataron. Yo tenía diez años. Después de matar a mi tío, me dijeron que si quería
morir igual a él o irme con ellos. Yo me le arrodillé al camarada y le lloré. Le dije que no quería morirme, que
quería vivir; entonces me fui con ellos".

Recorrió un tortuoso camino para llegar hasta esta casa de rehabilitación del Icbf en las afueras de Bogotá,
donde a punta de afecto y tratamiento sicológico trata de reconstruir su vida.

Es la encargada de la comida y del aseo. Cuando nos acercamos para proponerle una charla nos recibió con
café recién hecho y una sonrisa inmensa, profunda como su mirada. En ella se delatan humildad y timidez.
Mientras sirve el tinto y nos escucha, ríe: "Hace menos de ocho meses yo estaba mandando en el monte y
ahora estoy aquí en una cocina. ¿No es graciosa la vida?"

Rodeados de dos cafés, una libreta, y muchos recuerdos amargos, inicia el relato de sus últimos siete años. "Lo
primero que hice fue entrenar, hacer ejercicios, brincar, subir lazos, bajar, correr con un fusil de palo. Pasé a una
compañía de combate. En la primera pelea que tuve, del miedo, me mordía las manos, mordía el pasto. Me
quedé enchicada en un cepo de plátano. Lloraba y gritaba. De pronto llegó un camarada, me levantó y de un grito
me dijo que no fuera cobarde. Entonces me puse a disparar. Luego me gustó".

Cuenta que los hacían tomar pólvora en el café para que no les diera miedo.

La guerrera

Estuvo en el frente 16, en el 10, y en el Estado Mayor, en el Caguán. La pregunta sobre las razones por las que
ascendió en la guerrilla, la agita. "Es que yo era muy buena para tropeliar. No había quién me ganara. Me
cogieron confianza y llegué a ser guardaespaldas de los comandantes Chaparro, 'Rafael y Grannobles".

Fue encargada del cobro de vacunas, del reclutamiento de jóvenes. Hizo cursos de enfermería, de computación,
de comunicaciones y de explosivos. Ante la pregunta de si, a su edad, ha matado, baja su mirada y se frota las
manos.

"Claro -murmura, como con mucho esfuerzo-. Claro".

¿Qué se siente?

"En el primer momento uno se siente con miedo, que no es capaz, pero después uno se acostumbra, como
todo. Cuando uno jode a una persona la primera vez, no se puede dormir en toda la noche. Oliendo a pura sangre
de la persona. Y cuando uno por fin se duerme, siente que esa persona que jodió está ahí, como si lo viera a
uno. Me daban trago para que dejara atrás los miedos. Pero qué va, esos miedos lo siguen a uno".

Se incorpora, seca sus lágrimas con sus manos. "Eso ni que decir, periodista, de cuando le tocaba a uno joder
compañeros que se volaban. Es decir, a los desertores".

¿Le tocó? Ríe, significando que eso es obvio.

"Una vez, me obligaron. El comandante, un cucho, me puso esa prueba. En un campamento, abrimos un hueco,
ahí los pusimos y les disparé varias veces. Ellos me miraban, llorando, rogando. Yo lloré mucho, me dio lástima,
pero que más hacía, me tocaba".

La fuga

Un día, según Luz Dary, les dijeron que iban para el Magdalena Medio a peliar contra una cuadrilla para y se
puso a pensar que a lo mejor ahora sí moriría ella.

No son pocas las heridas que luce orgullosa, de bala, de esquirlas, de caídas y de golpes. "La noche anterior al
combate me ofrecí para supervisar la guardia. Me dejaron cuaderno y todo", dice, con nervios, como el niño que
recuerda su primera vez en la montaña rusa.

"Pensé: esta es la mía para escaparme de aquí. El corazón me hacía pum pum, muy duro ", dice señalando su
pecho.

¿Y cómo hizo?

"Como a las nueve de la noche me tocaba entregar el turno, pero decidí doblarme, hacer cuatro horas más y
entonces les traje comida a los centinelas. Preparé una leche caliente. Iba a comprar a los chinos con la leche,
imagínese, con ese frío. Uno me dijo que sí, pero el otro se cabrió y dijo que por qué iba tanto allá, que si seguía
dando vueltas iba a llamar al comandante".

Volvió a su cambuche y metió una granada y un cuchillo en su bolsillo. Luego hizo lo que ella misma califica
como un acto desesperado para distraer al centinela que estaba a punto de descubrirla.

"Le dije que me gustaba, que por qué no me daba un besito y se comió el cuento. Me lo llevé a un lado, lo cogí
en un árbol y lo engarcé con el cuchillo. Se lo clavé en el cuello y me perdí. Caminé toda la noche, pasé ríos,
caños, cuchillas. Corrí, nadé y hasta trepé monte. Iba hacia un pueblito que se veía a lo lejos, entre las
montañas (Tame, Arauca). Me dieron las cinco de la mañana. Me enchiqué en un palo, bien cubierta con hojas.
Había gusanos gordos y me los comí del hambre que tenía. Y de la sed me tomaba las goticas que caían de las
hojas. Ahí estuve todo el día. Cuando oscureció, volví a arrancar. Yo únicamente pensaba que si me encontraban
me iba a hacer matar. Estaba decidida a todo".

A las cuatro de la mañana, llegó por fin al casco urbano de Tame. Allí, en medio del cansancio y la
desesperación, entró a la estación de Policía.

"Al primer policía que vi le toqué el hombro y se volteó y me encañonó del susto. Le dije que era guerrillera. Al
comienzo se puso furioso, después me escuchó cuando le dije que iba a desertar y le entregué la granada".

Luz Dary fue llevada a la guarnición militar de la zona. Luego la entregaron al Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar.

"Ahora estoy aquí, muy bien. Como a los dos meses pude por fin hablar por teléfono con mi mamá. Ella lloraba
porque pensaba que estaba muerta. Pobrecita. Hace siete años no la veo".

Luz Dary, hasta ese instante transportada por su relato, mira a su alrededor: "Viví cosas para machos. Las
mujeres allá son más berracas que los hombres. Somos las que echamos candela en los combates. Allá todos
son sardinitos. En mi frente, eran muchos y berracos. Cargaban, trabajaban el campo, cocinaban".

Le decían La Mascota, por pequeñita. "Pero mascota brava", aclara. Luego, habla de sus ratos libres en el
monte. "Nos acordamos de lo que hacemos en el día. Por ejemplo, cuando nos tomamos un pueblo, contamos
quién puso los cilindros, quién mató más chulos".

¿Qué otros momentos recuerda como duros?

"Una vez yo iba de guardaespaldas de los camaradas Chaparro y Rafael cuando un helicóptero nos agarró. Por
el metralleo de los chulos en sus helicópteros, nos tocó cubrirlos mientras salían. ¿Sabe por qué me acuerdo?
-replica con algo de rabia- porque duré con los oídos tapados como una semana, del tableteo tan berraco. Una
niña que estaba conmigo lloró durante un mes. Tuvieron que cambiarla de frente. Es horrible. Es como ver
espantos. A veces, cuando me duermo, todavía veo ese bendito helicóptero dando vueltas por mi cabeza".

Recuerdos amargos: "Muchos amigos míos, peladitos, cayeron ahí. Perdí gente que quería mucho, que eran mi
familia allá. Es muy duro saber que el que ha estado con uno combatiendo, de guardia, jugando en la oscuridad
a ver formas en las nubes, hoy no existe. Un amigo se me murió así, en un bombardeo de aviones. Cayó boca
arriba, lo vi botando sangre por la boca, con los ojos abiertos, pensé que seguía vivo, pero que va, el hombrecito,
de unos 13 años, Panterita, como lo llamábamos, estaba muerto. Eso duele mucho".

Mientras se levanta, en señal de que la entrevista terminó, asegura que es mucho mejor ser niño, pero niño de
verdad. "Como los que tienen casa, papás y estudio, que no saben lo privilegiados que son".

Ahora quiere terminar el bachillerato, "seguir adelante, no mirar atrás". Para los expertos de Bienestar Familiar,
que día a día tienen la responsabilidad de "borrarles los fantasmas de la guerra", esta es su labor más compleja:
procurar que vuelvan a ser simplemente niños.

Me hacía falta mi mamá

Efrén es un joven indígena, que durante sus 14 años de vida ha vivido con su comunidad en los límites entre
Meta y Guaviare. Hace un año, guerrilleros de las Farc lo sacaron de la finca donde trabajaba como jornalero. Lo
enrolaron en sus filas, lo entrenaron. Por su corta estatura nunca fue llevado a combate, pero se destacó como
uno de los mejores informantes de las Farc. Efrén contó que hace tres meses decidió desertar.

"Además, ¿quiere que le diga una cosa?, lo que más me llevó a fugarme de allá fue la falta de mi mamita. En las
noches, cuando me tocaba prestar guardia, solo, en medio de la oscuridad, me acordaba de ella, me ponía a
llorar, a mirar al cielo y a decir :¿Por qué no estás conmigo?.

"Periodista, eso por allá es tan teso, que una noche, cuando los comandantes y camaradas dormían, usted
paraba oreja y escuchaba lamentos. Era el llanto de los peladitos, mano. Los niños empezaban a llamar a la
mamá. Las guerrilleras tenían que levantarse a consolarlos. Al otro día el camarada les pegaba unas vaciadas.

Ahora me quiero ir de acá. Quiero volver con mi familia. Con mi mamita. Ella es lo único que tengo".

Quiero volver a la guerra

Freddy es un joven de 17 años que fue capturado el año pasado en una operación del Ejército en el Huila. Había
ingresado hace dos años a las Farc por voluntad propia. Su captura se produjo cuando participaba en la toma a
la población de Algeciras (Huila). para él, pertenecer a la guerrilla era su máxima aspiración. "Simplemente me
gusta", dice mientras observa un tatuaje de un rifle que tiene en uno de sus brazos.

"Desde chiquito quise estar en la guerra. En combates y en las Farc me ofrecieron eso".

Sin embargo, dice ese gusto le duró poco. A los 9 meses de estar en las filas de la columna móvil Teófilo Forero.
Para él, cobrar vacunas a nombre de la subversión a campesinos, ganaderos y comerciantes del Huila, le
parecía malo.

"A mí me gusta la guerra, pero no aprovecharme de la gente que no tiene por qué pagar. Eso me atormentaba".

Cuenta que lo capturaron porque fue rodeado por los militares que acudieron ante el ataque a Algeciras, en el
que él, era el encargado de los cilindros y de la ametralladora. Recuerda con tristeza que varios de sus amigos
murieron o quedaron heridos.

A pesar de estar en un centro de rehabilitación del Icbf, dice que su futuro sigue siendo en la guerra, no importa
el bando. "Pues si no puedo estar en la guerrilla, al menos me meto al Ejército. Ya hice la solicitud para entrar.
Es que mí, siempre me seguirá gustando la guerra. ¿Qué hago? no ve que de eso viví. esa es mi vida".

Los niños en cifras

Según el Ejército, 8 mil menores alcanzaron la mayoría de edad en las filas de los grupos armados.

Mientras Salvador tuvo a 48 mil niños combatiendo, Etiopíza7 mi, Liberia, 12 mil, Camboya 7 mil, Mozambique
10 mil, Congo 6 mil, Turquía 3 mil, en Colombia, La defensoría del Pueblo calcula que en los grupos armados
hay 6 mil niños. Sin embargo, expertos del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar aseguran que hay por lo
menos 15 mil menores en la guerra.

Según el Icbf, el 85 por ciento de esos niños, se enrolan voluntariamente a la guerrilla y los paramilitares.

El 55 por ciento tienen estudios de primaria.

Los niños y jóvenes procesados por la jurisdicción de menores son inculpados por delitos de rebelión, secuestro
extorsivo y por te ilegal de armas.

Son enviados a centros especiales del Icbf y en algunos casos, cuando sus delitos son muy graves y cumplen
los 18 años, son enviados a centros de reclusión.



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