Posted by Arcadio Ventura on March 04, 19102 at 15:41:12:
Lunes 04 de Marzo de 2002
Dada la claridad y contundencia de este artículo, lo retomamos como nuestro Editorial semanal.
El guerrillero y el terrorista
Por Guy Sorman
Para La Nación, de Argentina.
Lunes, 4 de marzo de 2002
PARIS.- El 21 de febrero, el Ejército colombiano penetró en un territorio equivalente al de Suiza, en el corazón de su país, que hasta ahora había sido un refugio desmilitarizado cedido a la guerrilla más antigua de América Latina: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. De hecho, las FARC son el último avatar de las guerrillas mantenidas por Fidel Castro en los años 60; como es sabido, siempre gozaron de cierta complacencia por parte de los gobiernos e intelectuales europeos de izquierda. ¿Acaso las sociedades latinoamericanas no son injustas y, por tanto, necesitan ser curadas por la terapia revolucionaria?
Cuando mucho, se podía creer en este tipo de gansadas, mezcla de marxismo y romanticismo en los años 60. Pero en nuestro tiempo sorprende que la guerra entablada contra las guerrillas colombianas despierte tan poco interés y solidaridad por parte de lo que se ha dado en llamar, por conveniencia, la comunidad internacional, o sea los gobiernos occidentales y la CNN. El terrorista suscita una reprobación y una caza del hombre universales; el guerrillero, en cambio, conserva una especie de aura nostálgica que lo protege de esa misma condena. ¿Por obra de qué magia? ¿Podríamos distinguir, acaso, el guerrillero bueno del terrorista malvado? ¿Qué lo caracterizaría?
En Colombia, último refugio del guerrillero "revolucionario", las FARC suman unos 30.000 hombres que, en promedio, cometen 30.000 asesinatos y 3000 secuestros por año. Su giro anual ronda los 1000 millones de dólares; un 66 por ciento proviene del tráfico de cocaína, los rescates y otras extorsiones. Otros dos movimientos guerrilleros, el Ejército de Liberación Nacional, salido de la teología de la liberación, y las Autodefensas Unidas de Colombia, antimarxistas, operan de manera similar y recurren al mismo fondo de comercio.
Tanta violencia, tantos recursos, ¿están al servicio de los pobres? En realidad, los sectores más débiles de la sociedad colombiana son los que más sufren las exacciones de las guerrillas, en particular, de las FARC "marxistas". Expulsan a los campesinos de sus tierras para dedicarlas al cultivo de la coca y la adormidera; extorsionan a los humildes, mientras que las elites disponen de medios para costear guardaespaldas y vehículos blindados. Los pobres son, asimismo, las víctimas más directas de la destrucción de la economía colombiana: infraestructuras bombardeadas, inversores disuadidos, un narcotráfico que prospera a expensas de las empresas y los puestos de trabajo.
Empresa de asesinatos
Hace veinte años, los guerrilleros marxistas todavía podían hacer creer a campesinos e intelectuales crédulos que llevaban a cabo una revolución social; en la Colombia actual, nadie se llama a engaño: todos saben que el guerrillero sólo es un empresario del narcotráfico y el secuestro. Esta experiencia vivida por el pueblo colombiano difícilmente trasciende las fronteras de la información. En Estados Unidos o Europa, los medios y las organizaciones humanitarias están más dispuestos a denunciar las violaciones a los derechos humanos perpetradas por los militares colombianos que la mutación de la guerrilla en una empresa transnacional de asesinatos.
Las FARC trabajan para beneficio propio. Prueba de ello son el tren de vida voluptuoso de sus jefes y el mercado mundial de la droga, del que Colombia es tan sólo el primer eslabón. Se ha advertido la presencia de vascos de la ETA e irlandeses del IRA en las zonas dominadas por la guerrilla marxista: esto demuestra los vínculos, en cuanto a métodos y financiación, entre todos estos movimientos de "liberación". Dudamos de que exista uno solo en el mundo que no haya hecho del narcotráfico su principal sostén. Ciertamente, sin el opio afgano, Al-Qaeda no habría dispuesto de medios financieros tan considerables. Hecha esta constatación, ¿no les sorprende que el Ejército colombiano se encuentre solo en su lucha contra las FARC? Apenas si recibe un magro apoyo logístico de Estados Unidos y algunas adhesiones verbales de las naciones europeas. En suma, ¡no podemos confundir a las FARC, revolucionarias y marxistas, con el terrorismo! Así pues, deseamos buena suerte a los militares colombianos, a quienes la comunidad internacional mira con simpatía pero desde el balcón, sobre todo en la jungla donde, lo admito, hace demasiado calor, y ni hablar de los mosquitos. Afganistán es, con todo, más saludable, más simple, y sus terroristas no son de izquierda.
Sostener que el mundo libre está en guerra contra el terrorismo es una mentira piadosa: nos mentimos a nosotros mismos al pretender creer que el guerrillero colombiano, por el hecho de serlo, no es un terrorista. Del mismo modo, un mártir palestino tampoco es un terrorista porque es un mártir. Nos ruegan que no nos equivoquemos de etiqueta para atravesar la red de la reprobación internacional.
A menos que las FARC no nos conciernan, en la medida en que su combate sea una cuestión interna de Colombia. Pero las FARC trabajan para la exportación; casi toda la droga que cultivan y elaboran está destinada a los consumidores norteamericanos y europeos. Un gramo de cocaína reditúa tres dólares al cocalero colombiano, pero se vende por 100 dólares a los consumidores de Nueva York o París. El mercado mundial de la droga se calcula en 150.000 millones de dólares; el tres por ciento de ese monto queda en Colombia. El simpático guerrillero colombiano asesina, pues, a 30.000 compatriotas por año, secuestra a 3000 y empobrece a todo su pueblo para proporcionar un poco de placer y dependencia al jet set de aquí, no al de allá. Señalemos además -y esto va dirigido especialmente a los activistas de la ecología defensores de la Amazonia- que las FARC desmontan unas 150.000 hectáreas anuales para extender el cultivo de la coca.
La prosperidad de las FARC también muestra a la perfección hasta qué punto ha fracasado la llamada "guerra contra la droga" que Estados Unidos y Europa vienen librando conjuntamente desde hace cuarenta años. Veamos algunos ejemplos colombianos. Gracias a la ayuda norteamericana, cada año se destruyen por fumigación 150.000 hectáreas de plantaciones de coca, pero, cada año, los cocaleros replantan otras tantas, e incluso un poco más. Otorgan subsidios a los campesinos para que sustituyan la coca por otros cultivos, pero como la tierra no les pertenece y nadie les da crédito, nada hay tan lucrativo como la coca.
La modesta prosperidad del cocalero, la más considerable del guerrillero y la inmensa riqueza del narcotraficante de Cali, Nueva York o París no dependen de la coca en sí ni de la adormidera. Estas sólo son malas hierbas. Si las Naciones Unidas prohibiesen la sopa de ortiga, esta planta sería tan lucrativa como la coca y los campesinos colombianos se avendrían a cultivarla. El precio de la coca o la adormidera sólo es la consecuencia de su prohibición; los guerrilleros se aprovechan de ella del mismo modo en que en los años 20 las mafias norteamericanas lucraron con la ley seca.
De eso no se habla
El guerrillero aparece, pues, nimbado por una doble protección internacional: el romanticismo revolucionario, primero, y, luego, la prohibición de las drogas. Aliarse con los colombianos contra las FARC y desembarazarse definitivamente de ellas implicaría reconocer que estos seudomarxistas no son otra cosa que un sindicato del crimen. También implicaría reconocer el fracaso total de la prohibición como método de lucha contra las drogas. Pero de eso no se habla, como si fuera más fácil prohibir la droga que discutir la eficacia de tal prohibición; en consecuencia, la comunidad internacional se limita a desear buena suerte al Ejército colombiano.
Sin embargo, si este ejército dispersara a las FARC y luego a las otras guerrillas del mismo tipo, ¿desaparecería la base económica de esas guerrillas? Por supuesto que no. Siempre estará presente la economía de la droga, contrapartida de su prohibición. Otra paradoja de esta guerra tonta: resulta extraño que las naciones que se dicen coligadas contra el terrorismo combatan el lavado de los fondos que alimentan estas redes terroristas sin cuestionar jamás la prohibición, causa primordial de su prosperidad. Si para dispersar las guerrillas y reducir el terrorismo hay que secar la fuente de sus recursos, haría falta una política más inteligente que la prohibición.
Las alternativas son muchas. Mencionaré sólo una: la medicalización. Pero este debate en torno de la droga exigiría un coraje político que, hoy por hoy, falta en Europa y, más aún, en Estados Unidos. La opinión pública no ha comprendido todavía la relación existente entre prohibición, droga y terrorismo. Así pues, no despertemos a la opinión pública dormida, ni al político que la anestesia, y dejemos morir a los colombianos. ¡Colombia está tan lejos! Pero, al menos, sepamos que esos soldados mueren por nosotros.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
El autor es profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de París.
Comentario: Conozco a uno que de seguro va a salir a opinar cualquier barrabasada
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